José Rodríguez, don Pepito, este miércoles en el banquillo |
Enfangado en su propia mierda, la que vomita cada día en sus editoriales junto a su coro de boteros monaguillos, el dueño de El Día quiso esquivar ante la juez que lo juzgó una cuantiosa condena económica asegurando que él nunca insulta, que los que insultamos somos los vulgares comunes. Él lo que hace, vino a recalcar, es dar consejos, como mucho repetir los apodos que los demás pronuncian sobre sus víctimas.
La deportación de Paulino Rivero y su esposa al estilo Ceaucescu , una de las insidias más repetidas por don Pepito este último año, es “un consejo político”, según remarcó con una desfachatez digna de un patán que se cree dios.
En el colmo de la estulticia, el editorialista independentista, el ridículo soberanista canario que termina por avergonzar a los verdaderos soberanistas y a los verdaderos independentistas, se permitió confesar en el juicio de este miércoles que sus infamias sobre los negocios turbios de la familia del presidente Rivero en México fueron “un refrito” realizado por sus periodistas a partir de los papeles falsos publicados por el fracasado portal Kanarileaks, muerto nada más nacer precisamente por haber patinado tan soberbiamente con esos documentos falsos.
Fueron refritos de mucha calidad porque los refritos vulgares son los que hacemos los demás medios informativos. En El Día copiar y pegar es, según su propietario, una labor “angelical”, “limpia”, “pulcra”, lo que le refuerza moralmente para descartar la obligatoriedad de contrastar, la prescripción legal de publicar rectificaciones de las personas afectadas por la falsedad o la nobleza de enmendar el error pidiendo disculpas y enterrando para siempre la cagada en el fondo más oscuro de las hemerotecas.
Él ha preferido mantener su postura soberbia, de hidalgo con los calzoncillos canelos y los calcetines raídos que reclama al régimen la recuperación de sus honores.
Don Pepito es así, un hombre insulso, inculto, un patriota sin fundamento político e intelectual; un mediocre como empresario de la comunicación, jamás periodista, crecido como un suflé por años y años de alabanzas, de peloteos, de favores políticos y de inyecciones de los presupuestos públicos.
Un producto del régimen oscuro, que apoyó al régimen, que tapó la corrupción, que aupó a los corruptos, que ha venido a rebelarse contra ese régimen en el momento en que ha habido un concurso público que no ha operado a su favor, el primero: el de las frecuencias de radio.
Que no le adjudicaran las emisoras que exigía le ha conducido a mostrarse tal como es, un patricio de humo, el resultado maduro y desnudo de aquel Pepito que su tío Leoncio ponía a apagar bombillos en la redacción del periódico ante la evidencia de que no servía para otra cosa a la espera de heredar el imperio.
Y ese concurso que le ha terminado de enajenar por completo afloró en el juicio de este miércoles en el palacio de Justicia de Santa Cruz de Tenerife. Un concurso que ha roto la complicidad del régimen con su editor de cabecera, por mucho que algunos se hayan querido amparar en él para hacer un jaque al presidente Rivero, la gran bestia parda de don Pepito.
Por eso ayer, después de meses y meses insultándola, llamándola entre otras lindezas “la quícara”, el indocumentado editorialista convirtió a Ana Oramas en una heroína de la futura República Independiente de Canarias. Ya no es la quícara, ahora que ha plantado cara a Rivero en el reciente congreso de Coalición Canaria, la diputada se ha convertido para El Día en la mujer capaz de llevar al pueblo canario a su libertad y a su independencia.
“Es un valor político que tiene en sus manos el futuro de Canarias. Solo hace falta que deje de estar acobardada y que demuestre su patriotismo”, escribía este mismo miércoles.
El giro editorialista sorprendió a Ana Oramas buscando algún abogado que se atreva a una querella contra don Pepito. Está acabado, y los que en él buscan cobijo harían bien en alejarse para que el pringue no les salpique.